En días pasados la sobriedad intelectual de Eduardo Jorge Prats me ganó de nuevo la devota admiración que siento por él cuando en una de sus columnas en el Hoy reivindicó que José Francisco Peña Gómez es “el verdadero padre de la democracia dominicana”.
Tal criterio contradice el de la tribu que ha pretendido reducir el rol patriótico del gran líder al de un locutor al que la historia le dio la oportunidad de llamar al pueblo a tirarse a la calle a respaldar a los militares constitucionalistas que en 1965 demandaron en armas la restitución inmediata del derrocado gobierno constitucional de Juan Bosch.
Ni Thot, tenido por los egipcios como Dios de la sabiduría, la luna, las artes, la escritura, la ciencia y los muertos, me empujarían a intentar debatir con un Eduardo al que considero intelectual de gran sabiduría, mucho menos en asuntos constitucionales en los que es un maestro.
Ah, pero como el Dios nuestro no desampara a los más chiquitos, parece que alguna distracción llevó el admirado pensador a incurrir en un error de bulto al opinar en el debate acerca de si precisamos o no de una reforma constitucional que impida a presidentes como Leonel Fernández (2010) y Danilo (2015), reformar la Carta Magna para beneficiarse personalmente.
En una conferencia organizada por la Fuerza del Pueblo para expresar su oposición a las propuestas de reforma constitucional del presidente Luis Abinader, Jorge Prats se permitió afirmar, cito una reseña periodística, que “la Constitución no se puede reformar por cualquier quítame esta paja”.
¿Cómo puede Eduardo llamar “cualquier quítame esta paja” al continuismo, aberración responsable directa de la parte más azarosa de nuestros avatares políticos a lo largo de la historia?
Leonel y Danilo son los últimos presidentes que se ensuciaron en la Constitución para acotejarla a la medida de su ambición desmedida, que a su manera ensuciaron antes Pedro Santana, Buenaventura Báez, Lilís Heureaux, Rafael Trujillo, Joaquín Balaguer y otros.
Bosch cultivó la tesis de que una “arritmia histórica” obstaculizó el desarrollo social del pueblo dominicano, manteniéndolo rezagado con relación a otras naciones de la región.
Precisamente a José Francisco Peña Gómez le corresponde el mérito de haber hecho el registro histórico de los daños perpetrados a la república por el continuismo engendrado por los presidentes que han reformado la Constitución para “seguir a caballo”, como dijo Trujillo en camino a su primera reelección en 1934.
El hecho de que tantos presidentes hayan desatado históricamente su ambición de poder modificando la Constitución, desde los inicios de la República hasta llegar a Danilo y Leonel entrados ya en el siglo XXI, indica que la ambición continuista es poderosa y latente.
Sigue latente y continúa siendo un grave peligro para el fortalecimiento de la institucionalidad democrática que nos lleve a modelar un gobierno que potencie todas las virtudes y capacidad de nuestro pueblo, que las tiene.
Demos gracias a Luis Abinader por dar el paso tan trascendente que significa ponerle un candado que cercene por siempre jamás la ambición continuista de políticos que buscan el poder para servirse ellos y no para servir al pueblo.
Estoy seguro de que, al ver los datos de la realidad, Eduardo Jorge Prats convendrá con ellos de que cerrar el camino malo a la ambición continuista no es cualquier quítame esta paja.
Que debemos ponerle un fuerte candado, como propone el presidente Abinader, ¡y botar la llave!, digo yo.