Carlos Batista García, conductor herido en la explosión de un camión cisterna en la autopista Duarte, fallece tras días de lucha en el hospital. El suceso dejó heridos y caos.
El amanecer en Santiago llegó con la noticia de una muerte que resonó como un eco de tragedia en la autopista Duarte. Carlos Batista García, el hombre que, hace apenas unos días, había desafiado al fuego y al destino en el kilómetro 140 del tramo La Vega-Santiago, dejó este mundo en la madrugada, con su cuerpo marcado por las llamas que lo envolvieron en su último viaje.
Batista García, conductor del camión cisterna cargado de combustible de avión Jet A, se dirigía hacia la ciudad de Puerto Plata con la certeza de quien ha recorrido esas rutas incontables veces, ajeno a la sombra del infortunio que se cernía sobre él. A las 4:15 p.m. de esa tarde fatídica, el destino torció su curso, y el camión, convertido en una bestia indomable, perdió el control y se estrelló contra un poste de tendido eléctrico, desencadenando una explosión que resonó como un trueno sobre el asfalto.
El fuego, como un monstruo desatado, se propagó rápidamente, atrapando en sus garras a otros vehículos y a sus ocupantes, dejando a su paso un paisaje de horror y destrucción. Batista García, con su cuerpo cubierto por quemaduras en más del 80%, fue trasladado de urgencia al Hospital Metropolitano de Santiago (HOMS), donde los médicos lucharon con todas sus fuerzas para arrancarlo de las garras de la muerte. Pero las llamas que lo consumieron aquel día no dejaron espacio para la esperanza, y en la madrugada, su vida se apagó silenciosamente, como la última chispa de un incendio devastador.
La noticia de su muerte ha caído como un manto de tristeza sobre la comunidad, que aún recuerda la densa nube de humo que cubrió el cielo aquel día, y el olor a quemado que penetró hasta en los rincones más remotos de sus hogares. El camión cisterna, ahora reducido a un esqueleto carbonizado, y los vehículos que lo acompañaron en su funesto destino, son testigos mudos de una tragedia que ha dejado cicatrices imborrables.
Mientras las autoridades continúan investigando las causas exactas del accidente, la autopista Duarte, una vez más, se convierte en un camino marcado por el dolor, un recordatorio de que la vida puede cambiar en un instante, atrapada entre el fuego y la fatalidad.