
Son las 5:30 de la mañana y el sol del 2 de mayo aún no ha salido. La nariz ancha de los haitianos que van a ser deportados respira el aire fresco de un nuevo día, el día en el que van a ser devueltos a su país.
Ninguno de ellos tiene deseo de regresar a Haití. Cuando muchos lo abandonaron, las pandillas armadas se habían hecho con el control de la capital, Puerto Príncipe, matando a compatriotas sin ningún tipo de distinción.
La inseguridad, el hambre y la precariedad es de lo que escapaban cuando entraron a la República Dominicana. Sin embargo, hace unos días fueron detenidos por ser extranjeros indocumentados.
Y en esta mañana, antes de la salida del sol, han comenzado a notar esa sensación peliaguda en su cuerpo: la de incertidumbre, la de una vida que pende de un hilo. Tan frágil como la bala de un arma automática de las que usan las pandillas.
"Tratamos de hacer el proceso con el mayor respeto a las personas. Para nosotros tampoco es fácil este trabajo"Teniente coronel Patricio HernándezOficial de Migración“
El regreso por Elías Piña
La Dirección General de Migración (DGM) informó que las deportaciones de la mañana del 2 de mayo se harán por Elías Piña, una de las provincias fronterizas.
El viaje en autobús de los haitianos durará alrededor de cuatro horas. Pareciera que, al entrar a Haití por esa zona, todo va a ser seguro. Sin embargo, las cosas cambiaron en la última semana.
La agencia EFE publicó el día anterior un reportaje sobre el mercado binacional de Elías Piña. “Presenta un aspecto totalmente distinto, con muy poca actividad, a causa del temor a la violencia en Haití por el avance de las bandas criminales en poblados cercanos a este punto fronterizo”, narró la agencia de noticias.
Así pues, aunque ellos quizá no lo saben, volverán a su país por un lugar que ya no es tan seguro, y quizá perderán la vida en los próximos días. Si logran evitar a las pandillas, vivirán en un entorno donde falta comida, seguridad y dignidad.
Subida a los camiones
A las 6:20 de la mañana, cuando el sol ha empezado a salir, los militares abren una de las puertas de uno de los edificios del Vacacional de Haina y los haitianos forman una fila. Uno a uno van saliendo tras tomar su desayuno.
“Les damos pan y chocolate para desayunar”, explica uno de los militares que los custodia. Agrega que van a deportar a “266 personas”.
En una fila ordenada, los haitianos van saliendo, apurando el pan de desayuno y con el vaso de chocolate en la mano. Algunos aún visten su uniforme de trabajo, el que llevaban al ser detenidos.
Pese a la seriedad del asunto, muchos de ellos ríen mientras suben al camión de Migración. “Se ríen porque para ellos esto es un juego. Saben que luego vuelven a entrar”, reconoce el militar.
En uno se esos camiones, según los guardias, entran unas “50 personas”. Para que el viaje sea lo más cómodo posible, hacen “una o dos paradas”.
Llenan un camión, luego otro, más otro y detrás otro. En total son cuatro. Es el turno de las mujeres.
“Cuatro embarazadas”
Cuando los hombres han terminado de subir, los camiones se estacionan a un lado. Luego, un autobús grande, con aire acondicionado y baño, se coloca delante de la puerta.
Enseguida se forma una fila de mujeres que, tras tomar su ración de pan y chocolate, empiezan a subir al autobús una por una. En medio de la fila también se pueden ver niños pequeños y embarazadas.
“Hay cuatro embarazadas”, dice un militar cuando el autobús de mujeres se ha llenado. A estas mujeres, la Dirección General de Migración les da un kit de ayuda conformado por toallitas, galletas, juguetes y botellas de agua.
“Tratamos de hacer el proceso con el mayor respeto a las personas. Para nosotros tampoco es fácil hacer este trabajo”, dice el teniente coronel Patricio Hernández
Mientras el segundo autobús de mujeres y niños se va llenando, una dama vestida de médico llega para verificar que todo va bien. “Los atendemos acá en el cuerpo médico y, si tienen algo, los medicamos”, dice la licenciada Martínez.
Para controlar que los deportados estén bien, les toman los signos vitales. “Tratamos a las embarazadas y gente con fiebre, sobre todo”.
Camino a Elías Piña
A las 7:30 de la mañana, el convoy formado por cuatro camiones y dos autobuses, con 266 haitianos a bordo entre hombres, mujeres y niños, sale por la puerta principal del Vacacional de Haina.
Un carro de control migratorio, con las luces del techo encendidas, va delante abriendo camino. Otro sigue al último camión desde atrás, cerrando la comitiva. Circulan velozmente por la carretera.
A medida que avanzan, los haitianos están cada vez más cerca de su país, aquel que está sumido en un caos gestionado por las pandillas. Muchos de ellos, los que van en los camiones, tienen que ir de pie porque no hay suficientes asientos.
Ese esfuerzo, más el calor, hará que lleguen cansados al punto fronterizo.
Los camiones de Migración significan una distracción cada vez que pasan por alguna localidad. Los dominicanos, desde fuera, mientras caminan o comen en un puesto de la calle, miran el convoy.
Algunos ríen y otros gritan: ¡Adiós! La mayoría, en cambio, observan pensativos, quizás meditando en la complejidad del problema migratorio.
Tras dos horas y media de viaje, los seis vehículos llenos de haitianos se detienen en fila para hacer una pausa.
En cuanto paran la marcha, decenas de vendedores se aproximan con comida y bebida, incluso suben a la parte de atrás de los camiones para vender galletas y refresco a los que están siendo deportados. Los militares no impiden el intercambio y, tras cinco minutos, ordenan reanudar la marcha.
La llegada a la frontera
Tras cuatro horas de viaje, con el reloj marcando las 11:30 de la mañana, los cuatro camiones y dos autobuses llegan a la puerta fronteriza de Elías Piña.
Es día de mercado binacional y hay alboroto en las inmediaciones de la frontera. Se ven carros cargados con decenas de sacos llenos de comida, gente arrastrando carretillas y muchos militares.
Los haitianos que comercializan en el mercado observan los camiones de Migración de una forma que se percibe muy distinta a la de los dominicanos.
La piel oscura de los haitianos resalta con la tierra blanca azotada por los rayos de sol, esos que calientan el techo metálico de los camiones de Migración.
La temperatura aumenta y los haitianos que están a poco de ser deportados se impacientan. Antes de dejarlos salir, los dos carros que abrían y cerraban el convoy se parquean frente a la puerta que da hacia Haití.
Unos militares abren las puertas y del interior salen cuatro mujeres con niños de pocos meses en sus brazos. La expresión de esas madres denota confusión: “¿Dónde voy a ir?”, podrían estar pensando, mientras sujetan a sus hijos en medio de todo el alboroto.
Cuando las madres ya han cruzado la puerta que les deja en un país en guerra, los militares proceden a quitar las cadenas de los camiones y los demás haitianos comienzan a bajar. Uno a uno camina desde la República Dominicana hasta Haití.
Los 266 hombres, mujeres y niños ya han sido deportados.