
Ciento treinta y nueve años después, el Día Internacional del Trabajo tiene dos caras: una trágica y otra festiva. Por un lado, es el recuerdo de una gran tragedia; por otro, es ocasión para revisar las condiciones de los trabajadores, reclamar y pedir reivindicaciones.
El origen de la efemérides está en Estados Unidos, donde ocurrió una masacre el 1 de mayo de 1886. Ese día, unos 200 mil obreros hicieron huelga, paralizaron las fábricas y salieron a protestar contra los patronos, en demanda de una jornada laboral de 8 horas diarias. La protesta era un grito de justicia: “8 horas para trabajar, 8 para ocio y 8 para descansar“.
Las calles se llenaron de sangre: los protestantes fueron aniquilados sin piedad, en los días sucesivos, por parte de la fuerza pública. En 1889, durante el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, se estableció el 1 de mayo como Día de los Trabajadores, como tributo póstumo a los Mártires de Chicago, tres años antes.

En Estados Unidos y Canadá, curiosamente, no se conmemora esta efemérides el 1 de mayo, sino el primer lunes de septiembre, el llamado Labor Day. La razón es un desfile celebrado el 5 de septiembre de 1882 en Nueva York, auspiciado por los Caballeros del Trabajo.

Lo que vino después
La jornada trágica de 1886 echó las raíces de la conmemoración. Todavía hoy, ciento treinta y nueve años después, esa jornada permanece como un símbolo de luchas laborales en todo el mundo, por reivindicaciones a favor de los trabajadores. Cada año, de hecho, se aprovecha la ocasión para examinar las condiciones laborales de los trabajadores, alzar la bandera de la dignidad humana y reclamar mayores beneficios. La lucha, que no termina, ha alcanzado proporciones mundiales.
En el siglo XIX, las condiciones eran brutales: los obreros tenían largas y agotadoras jornadas de hasta 16 y más horas; eran explotados sin piedad, en el régimen duro de las fábricas. El capitalismo exprimía el sudor feroz de los obreros, y dejaba grandes beneficios a los empresarios. Debido a esa despiadada explotación, el grito de pensadores y sindicalistas iba resonando por el mundo laboral.
En 1848, casi cuatro décadas antes de la matanza de Chicago, Marx lanzó el Manifiesto del Partido Comunista, donde hacía un resonante llamado: “¡Proletarios de todos los países, uníos!“. Si se reducía a 8 horas la jornada laboral, podría haber más puestos de trabajo.

Ha pasado el tiempo y las cosas han mejorado. Hoy, los obreros tienen seguridad social, cotizan para pensiones, reciben vacaciones y otros beneficios. Estas conquistas se deben, en gran medida, a las luchas y jornadas llevadas a cabo por obreros y sindicalistas, a lo largo de décadas, que costaron sangre, sudor y lágrimas.
Claro, siempre hay oportunidad de mejorar.